EL
MUNDO
5
septiembre 2013
Acoso científico al azúcar
José Luis de la Serna
La revista 'National Geographic' (NatGeo) es una de las publicaciones de más prestigio en el
mundo. También unas de la de mayor tirada (6 millones de ejemplares cada mes).
La portada del 'Nat Geo' de
este mes de septiembre es diferente a casi todas las que suelen publicar. Una
foto de un dulce apetitoso y un título que dice "Azúcar, por qué no
podemos resistir su tentación".
La razón por la que los editores
de Nat han apostado por esta cover,
en lugar de por la de los leones del Serengeti
-puesto que hay un reportaje de ellos, largo y espectacular en su interior-,
quizá tiene que ver con la gran sensibilización que los últimos meses está
creando la comunidad científica para que se baje el consumo de hidratos de
carbonos simples (glucosa y fructosa) que están excesivamente presentes en las
dietas de la sociedad moderna y que, con su índice glicémico
elevado, se les considera uno de los principales culpables de la pandemia de
obesidad, y sus consecuencias, que se ha instaurado en casi todo el mundo.
Ya en sus páginas interiores el
título del reportaje es rotundo: "Amor por el azúcar, una historia no tan
dulce". El artículo arranca hablando del problema de la obesidad en el
estado de Mississippi y ligando el mismo al aumento
de la ingesta de azúcar en esa región. El uso de este nutriente se ha elevado
una forma rampante los últimos años y el ejemplo de solo en EEUU
se consumen 35 kilos de azúcar anualmente por habitante es significativo.
De un tiempo a esta parte el
azúcar se está convirtiendo en uno de los malvados, quizás el más importante,
de la película de sobrepeso y obesidad que casi todo el planeta contempla en
las últimas décadas.
El azúcar refinado, la fructosa
en el caso de las bebidas azucaradas, o la combinación de estos dos elementos,
cuando entran en el estómago van prácticamente directos a la sangre y hacen que
el páncreas reaccione casi inmediatamente liberando insulina para metabolizar
estos productos. Y ahí empieza el resto de la trama.
Las células del organismo y más
concretamente las del hígado se ponen en marcha para poder metabolizar hidratos
de carbono simples -y la glucosa y la fructosa lo son- y generan grasa,
triglicéridos, resistencia la insulina, sobrepeso, hipertensión y diabetes tipo
2. Y al final, síndrome metabólico, un mal de nuestro tiempo, que prácticamente
no se conocía hace tan sólo 20 años.
Existen rotundas opiniones
científicas acerca de la relativa maldad del consumo excesivo del azúcar. Se
dice que en cantidades elevadas es, incluso, un elemento tóxico.
Probablemente no queda más
remedio que intentar renunciar un tanto a esta sustancia aun reconociendo que
tiene un poder adictivo poderoso.
Por otra parte, da la impresión
de que los medios de comunicación de prestigio se están poniendo de acuerdo
para mejorar la dieta de todos los ciudadanos. La revista 'Scientific
American', también de este mes, publica un
monográfico precisamente sobre nutrición y dieta. Algunos de los artículos que
allí ven la luz son sugerentes: "Todo lo que usted creía saber sobre las
calorías es falso" o este otro: "Qué es exactamente lo que
engorda". El mensaje final de los dos reportajes es determinante: el
axioma que reza que las calorías que entran deben estar en equilibrio con las
que se gastan puede ser, hasta cierto punto, falso. A veces la calidad de las
mismas es más importante que la cantidad.
La recomendación de los
nutricionistas es que los hidratos de carbono que consumamos deberían de ser
fundamentalmente complejos, evitando en la medida de lo posible los refinados.
Frutas, verduras, harinas y arroz integrales, legumbres... es lo que sería
adecuado. Bebidas azucaradas, siropes, dulces y chuchería,
harinas refinadas, lo menos recomendable.
Asimismo, algunos tipos de grasa
empiezan a perder la mala imagen que han tenido durante tanto tiempo. El aceite
de oliva extra virgen y los frutos secos protegen las arterias, engordan menos
de lo que se pensaba y probablemente habría que incorporarlos a nuestra dieta
diaria. En los próximos años seguro que habrá un aluvión de estudios que
apuntalen la excelencia de los hidratos de carbono complejos y de las grasas
ahora llamadas saludables. El reto consistirá en convencer a ciudadanos,
gobiernos e industria alimenticia para que entre todos se consiga una nutrición
mucho más racional de la que ahora estamos haciendo.